MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
CON MOTIVO DE LA JORNADA MUNDIAL
DE LA ALIMENTACIÓN
Al señor JACQUES DIOUF
director general de la Organización
de las Naciones Unidas
para la agricultura
y la alimentación (FAO)
La Jornada mundial de la alimentación cada año vuelve a interpelar con
renovada urgencia la conciencia y la solidaridad de las personas y las naciones,
proponiendo de nuevo la trágica situación de los más de 800 millones de
hambrientos y desnutridos, entre los cuales figuran cerca de 200 millones de niños,
como uno de los problemas más graves de nuestro tiempo.
El tema elegido para la celebración de este año -"Combatir el hambre para
reducir la pobreza"- invita a unir el compromiso de vencer la pobreza,
reafirmado muchas veces a nivel internacional, al de la lucha contra el hambre,
primera y fundamental forma de indigencia. En efecto, la falta de alimento pone
seriamente en peligro la vida en su comienzo y en sus expresiones sucesivas,
tanto materiales como espirituales.
Por este motivo, con ocasión de la Cumbre mundial de la alimentación, que se
celebró en Roma en 1996, en la que pude participar personalmente, los jefes de
Estado y de Gobierno asumieron compromisos solemnes con respecto a los graves
problemas de la alimentación. El logro parcial de las metas establecidas
entonces ha llevado a convocar, cinco años después, una nueva cumbre, para
impulsar la voluntad política manifestada en aquella ocasión, y para reunir
los recursos necesarios a fin de reducir, por lo menos en el año 2015, el número
de los que sufren hambre en el mundo.
Con esta finalidad, deseo animar a cuantos están llamados a dirigir el destino
de las naciones a que lleven a cabo plenamente esta noble empresa, cada vez más
importante desde el punto de vista humano y cada vez más meritoria desde el
punto de vista religioso.
El "Padre nuestro", la oración que Jesús enseñó a sus discípulos
(cf. Mt 6, 9-13; Lc 11, 2-4), puede ofrecer a todos los creyentes,
en el pleno respeto de la pertenencia religiosa de cada uno, significativos
motivos de reflexión y valiosos criterios para la acción.
En efecto, la petición del pan, situada en el centro de esta oración, le
imprime una dirección particular y une, sin contraponerlos, los dos elementos
que expresan, por una parte, el aspecto aún sin realizar de la manifestación
del designio divino sobre la humanidad, y por otra, lo que falta al hombre que
tiende a Dios.
El "Padre nuestro" es la oración de los hermanos que, conscientes de
que no pueden llegar a Dios por sí solos, confían en poder encontrarlo juntos,
viviendo en comunión entre sí. Invita a ver el rostro de Dios en el
rostro del prójimo, por el que cada uno debe interesarse, especialmente cuando
es muy débil y carece del alimento diario. En efecto, Jesús mismo dijo:
"Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños,a mí me lo
hicisteis" (Mt 25, 40).
Estos pensamientos son particularmente actuales después de los trágicos
atentados terroristas perpetrados contra Estados Unidos, que perjudicaron
gravemente la paz y la convivencia civil entre los pueblos. Esos dramáticos
hechos nos exhortan a considerar con particular solicitud la motivación más
profunda del compromiso común en favor de los pobres.
Esos estímulos religiosos y espirituales darán a la Jornada de la alimentación
mayor fuerza, impulsando a los gobernantes y a los hombres de buena voluntad a
dar respuestas adecuadas a la demanda de justicia que elevan quienes están
afectados por el grave azote del hambre, para que cada uno ofrezca la ayuda que
le permitan sus recursos.
Ojalá que los creyentes sean los primeros en trabajar por la justicia y la
solidaridad, poniendo en práctica oportunas formas de colaboración. Es de
desear que, acogiendo el llamamiento de los pobres, que les llega con ocasión
de la Jornada mundial de la alimentación, sepan solicitar respuestas concretas
de los responsables de las naciones, y se comprometan ellos mismos con la oración
y con la acción para que también la importante "Cumbre de la alimentación,
cinco años después", produzca los frutos esperados.
Al expresarle, señor director general, mi deseo cordial de éxito para la
Jornada, invoco sobre su noble misión la bendición de Dios.
Vaticano, 16 de octubre de 2001